lunes, 16 de diciembre de 2013

Breve tratado sobre las punzadas

Algunas veces me tomo la libertad de insertar aquí algo relativo a alguna playa no gaditana. En este caso os traigo la Concha de San Sebastián. Estuvimos Alinanda y un servidor por allí de vacaciones y disfrutamos de un bello paseo. Nos sorprendió ver bañistas a pesar del frío, aunque la tormenta del día anterior convirtió esa mañana en azul y luminosa. Aquella caminata tuvo consecuencias esa misma noche, y no precisamente por el cansancio -veníamos de hacer parte del camino de Santiago- sino por el recuerdo de las punzadas de frío que sentirían aquellos valientes bañistas en aguas tan gélidas. A las cuatro de la mañana me levanté de la cama del hotel y busqué papel y bolígrafo para escribir el relato que os pongo a continuación:
 
 





Breve Tratado sobre las Punzadas
 
 
Las punzadas son libélulas invisibles que pululan a nuestro alrededor. Los días húmedos vuelan bajo, como los grajos, y picotean los juanetes de las viejas. Otras nos dan en un ojo y nos hacen restregarnos los párpados como niños incrédulos. En invierno, algunas disfrutan colándose en nuestras gargantas, por eso las madres son tan pesadas con el tema de las bufandas. De ahí el refrán: “En boca cerrada no entran punzadas”, que más tarde degeneró en no se qué de moscas.
  
Cuando son adultas se vuelven peligrosas. Sobrevuelan aeropuertos y liban en corazones de amantes en despedida. Otras gamberrean por hospitales y asilos jugando a kamikaces sobre seres indefensos. En las colas del mercado se oyen descripciones exactas de sus recorridos intracorpóreos: “Me entra por el tobillo, se me sube por la corva, se me encaja en la cadera y luego se me sube para arriba así…”
 
Ayer paseé con aguanieve por la Concha y se me erizó el vello por el vuelo rasante de una punzada. Sobrevoló la arena y anidó en el pecho de un valiente bañista.
 
 
 
 
Nada más llegar a casa envié este microrrelato al concurso del Colectivo Letras Libres de Chiclana y he tenido la fortuna de ganar el primer premio. Vacaciones redondas... ¿a que sí?