martes, 27 de diciembre de 2011

Peces voladores






Recuerdo algunos de mis sueños de infancia -pero sueños de los que se tienen mientras se está dormido, no de los otros-. Uno de ellos era nadar suave y libremente entre habitaciones y muebles, entre calles estrechas... Hace poco busqué el significado de dichos sueños y no encontré una respuesta clara. Al parecer hay infinidad de sueños con esas características y no hay que tomarse a la ligera la interpretación de los sueños. Los hay en los que que nadas con aletas, entre aguas turbulentas, hacia la costa, hacia mar adentro, cerca del fondo, en la superficie, en aguas espumosas, en aguas turbias, en aguas límpidas como las de las costas de Cádiz... Y cada uno de estos sueños parece tener una explicación muy distinta.




Otro de los sueños de mi infancia - y esta vez sí que me refiero a los sueños despiertos- era tener un juguete teledirigido y al mismo tiempo volador, como el que aparece el vídeo que os pongo aquí. Las ciencias adelantan que es una barbaridad. Y aquí podemos ver un juguete que dentro de nada tendremos a un precio asequible rondando por nuestras cabezas dentro de nuestras casas mientras el niño de turno ríe a escondidas desde detrás del sofá.




Nadar, peces, disfrute... creo que eran motivos suficientes para incluir este vídeo en mi blog. Disfrutadlo.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

La anguila blanca



Esta mañana salí de la piscina y me dirigí a casa andando. Había amanecido un día luminoso y frío, daba gusto pasear. Decidí caminar junto al río Iro, hay un carril bici paralelo a la orilla desde el que a veces se pueden observar patos y garzas. Hoy mi paseo coincidió con la hora en la que la marea queda quieta, indecisa, retomando fuerzas para desandar su camino por las marismas.

Las desembocaduras de los ríos endebles no sólo crecen con el agua dulce que traen, también se alimentan dos veces al día con las mareas. Se podría decir que tienen dos amores, su esposo, el fiel, el que la visita dos veces al día: el mar. Y el otro, el que tiene una o dos crecidas fuertes al año… el amante inesperado e impetuoso, el agua dulce que viene de las montañas arrasando.

Durante mi paseo no se podía apreciar corriente alguna, sólo una leve ondulación del agua debida más bien a la brisa. Busqué entre las retamas con la vista, a veces sale a nadar alguna pata con una hilera de patitos tras ella. Hoy no los ví, pero sí algo que me llamó la atención: una anguila blanca bajando el río en la misma dirección que yo, ondulando levemente su cuerpo, acompañando mi paseo. Me resultó tan curioso que me detuve en la orilla para observarla mejor y… no podía ser… ralentizó su marcha como esperando mi compañía de nuevo.

Visito con frecuencia el punto mágico de Sancti Petri, me dejo llevar a veces por la magia de la poesía, me divierte descubrir a veces algunas casualidades imposibles, pero no dejo por ello de ser muy racional en mis observaciones. Sin embargo hoy no conseguía encasillar aquella experiencia en mi raciocinio: la anguila blanca comenzó a nadar serpenteante por el centro del río en cuanto yo reanudé mi marcha.

En mi infancia he oído a viejos hablando de las angulas del río Iro. Contaban que las pescaban cerca del Berrueco hasta donde llegaban las anguilas a desovar. También he oído historias de la navegabilidad del río en la antigüedad, teoría que parece confirmarse con los descubrimientos recientes de yacimientos fenicios en el cerro del castillo. Historias oídas, las que yo percibí en persona no pasaron de ver y oler una pestilente corriente de aguas rojizas debido a los vertidos de la pellejería. Ya no existe esa contaminación, la vida del río parece mejorar por momentos pero… ¿hasta el punto de hacer retornar a las anguilas? Y en ese caso ¿por qué una anguila blanca? El paseo me daba la oportunidad de hacerme preguntas al tiempo que la anguila me acompañaba. De nuevo me detuve un momento y de nuevo ralentizó su marcha, como esperándome.

Llegando a un puente peatonal miré a mi alrededor. A veces se necesitan testigos que confirmen lo que estás viendo con tus propios ojos. No vi a nadie. Instintivamente miré hacia arriba. No me pregunten por qué. No quiero decir con esto que buscara una explicación que viniera del cielo. Pero hete aquí que sí, que la respuesta me vino de la bóveda celeste. Una respuesta inesperada, completa, nítida, como una paloma espiritual que iluminara con su llamita mi conocimiento, o más bien como un pájaro plateado y metálico, porque eso era, un pájaro metálico. La anguila blanca era el reflejo de la estela de un minúsculo avión a reacción volando a no sé cuantos, muchos, pies de altura. Miré de nuevo a la anguila blanca, y pude apreciar entonces su minúscula cabeza plateada, y miré al cielo, y allí estaba, igual que la anguila blanca pero sin el leve onduleo de la brisa mañanera. Un río tranquilo es un espejo, y podría decir que esta mañana el río Iro era un cielo.




Imagen extraída de lavozdigital.es