Este amanecer, como cada día, ha
pasado la máquina despredegadora por la playa. Sin testigos, ha recogido conchas
de especies extintas, piedras planas con forma de pie, de hipopótamo, de pistola
y de argumentos viriles. Ha destrozado las gafas que perdió ayer una niña
holandesa, ha removido 35 euros en monedas, ha roto en varios trozos la
estatuilla fenicia que un comerciante ofreció a Melkart desde su nave, ha
doblado tres palas y nueve rastrillos de plástico y ha pasado sobre un marrajo
medio seco que ha quedado con la boca abierta y mirando cómo se alejaba la máquina.
La arena ha quedado limpia y recién peinada, como una niña antigua a la que
llevaran a misa. Pura y vacía.
4 comentarios:
Precioso, ¡quien la despeinara!
Menos mal que tardamos poco en despeinarla de nuevo, lo que pasa es que quién arregla las gafas, quién desdobla las palas, quien le cirra la boca al marrajo medio seco...
Como todo lo puro, y todo lo vacío, no me gusta. Pero tu texto es exquisito.
Que pena!!!
Destrozar de esta manera a los tesoritos.
Cuando se camina mucho por la playa en invierno y en verano se llega a ver la importancia de este ecosistema. Las aves y otros seres son sus verdaderos habitantes, no nosotros. En verano arrasamos incluso cuando las limpiamos, qué contradicción. Pedro, Carmen, Erna, gracias por vuestro paseo.
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