sábado, 9 de julio de 2011

Thabo





Thabo se baña cada día en la playa. Juega con sus amigos mientras los pescadores faenan en el mar. El baño se acaba con el regreso de las barcas, toca entonces ayudar a desembarcar pescado, embarrancar las quillas en la arena y conseguir a cambio, con picaresca, el mayor número de peces para su familia. En uno de sus juegos en la orilla ve llegar a lo lejos un objeto blanco flotando sobre el vaivén de las olas. Nada hacia el con curiosidad y sin mojarse la cabeza. Algún que otro rizo de espuma se sube a su cabello pero el tupido azabache lo repele como si fuera piel de rana. A medida que se acerca se va entusiasmando más, nunca había visto nada parecido flotando con tanta ligereza. Lo alcanza y se extraña de su tacto. Lo levanta sobre el agua y comprueba que no pesa casi nada. Sonríe mientras patalea para mantenerse a flote. Sus dientes se esfuerzan en parecer más blancos que el objeto. Lo agarra con las manos y se desplaza hasta lo orilla aleteando los pies. El objeto flota tanto que le resulta fácil nadar agarrado a lo que comienza a ser su tesoro. Sus amigos le rodean en la misma orilla, se muestran extrañados y sonríen nerviosos de envidia. Más dientes blancos. Durante casi tres meses juega con el objeto en la playa cada día. Es un trozo de corcho blanco que va redondeándose y del que se van desprendiendo poco a poco pequeñas bolitas blancas con cada jornada infantil. Lo usa de almohada cada noche, teme que algún desaprensivo se lo robe. Ni Thabo ni nadie de su aldea había visto antes nada igual. Cierto día, en uno de sus baños alegres, se levanta una brisa marina más traviesa de lo normal. El trozo de corcho blanco se le escapa de las manos y corretea sobre los rizos de las pequeñas olas entre escupitajos de espuma. Thabo no lo duda, se adentra en el mar nadando tras su tesoro sin oír (o sin querer oír) los gritos de sus amigos.

Años más tarde llega un joven médico a la aldea. Usa métodos extraños: manda excavar letrinas para evitar contagios, enseña a las mujeres a cocinar con más higiene, intenta convencer a los hombres para que usen unas extrañas bolsas colocadas en sus penes… pero no consigue muchos avances a pesar de su sempiterna y blanca sonrisa. No se rinde y consigue ciertos materiales a través de una organización amiga para su precaria consulta en la aldea. Llega con una camioneta cargada de cajas con medicinas y extraños aparatos. Llama a tres jóvenes de su edad para que le ayuden a descargar y desembalar. Una vez las cajas en el centro de su consulta, las abre rodeado de los jóvenes. Los chicos se asombran. Más sonrisas blancas. El médico no entiende tanta alegría pero aprovecha el asombro colectivo para continuar desembalando, se agacha sobre una de las cajas y va dando a cada uno de los ayudantes un trozo del corcho blanco con el que vienen embalados los microscopios, tarros, sueros, etc. No les mira al hacerlo, sólo va repartiendo corchos mientras libera a los objetos de sus envoltorios. Los chicos miran al doctor y luego se miran entre ellos, cada uno con uno o dos trozos de corcho blanco en sus manos. El mayor de ellos se atreve por fin, mira fijamente al médico consiguiendo que éste se levante extrañado y le pregunta sin más…

- ¿Thabo?

5 comentarios:

genialsiempre dijo...

Muy buen relato, digno de figurar en un cuadernillo.
Se ve que te inspiran los paseos mañaneros por la playa, ¿o fue el Camino?

Carmen dijo...

De cuando yo chica, me maravillaban los corchos blancos, a mi parecer servían para casi todos y además, extrañamente en un mundo donde pesan hasta los recuerdos, aquel objeto no pesaba absolutamente nada...magia?

La historia de Thabo me ha traído muchos recuerdos.

Besos.

Alinando (Antonio Díaz) dijo...

Reconozco que el Camino me ha influido, José María. Siempre he intentado ver otras cosas cuando miraba cualquier objeto, pero ahora me resulta más fácil. Ya ves, un trozo de corcho blanco flotando y se me dispara la imaginación, como los recuerdos de Carmen. Sí, compi guapa, hay algo de magia.

Acabo de leer una entrada de David en su blog. Es un texto encantador que va de olas... y de pompas, algo también con mucha magia:

http://lacuerdadelequilibrista.blogspot.com/2011/07/remember-n2-burbuja.html

Gracias por vuestros comentarios.

María Dolores dijo...

Confieso que hace tiempo que no entraba en tu blog, ahora voy de tranquilita lectora de libros, pero no te puedes imaginar lo que me alegra comprobar que tu imaginación viaja por mar en este caso y con seguridad por cielo y tierra.

No me extraña que te haya influído el camino, aún sigo con el encantamiento de tan solo verlo en una pantalla.

A mí no me gustaban los corchos blancos, tienen algo al tacto que no consigo aceptar, pero no sé si a partir de ahora al asociarlos con Tabho la cosa con ellos me va a ir mucho mejor.

Como siempre mojarse los pies en tus playas y en tus letras es un placer.

Me insitió Pepa Parra, en que "lleve la mirada abierta" y en eso ando pero es evidente que a ti no hay que insistirte.

Gracias, creo que lo leeré más de una vez.

Loli.

Equilibrista dijo...

Esta historia que me ha sacado una sonrisa. El corcho es verdad que tiene algo especial, qué será? Es algo parecido al plástico de burbujas: ¿por qué a todo el mundo le gusta explotarlas? Hablando de burbujas, y de pompas, me alegra que te parezca mágico mi texto. Por cierto, que las pompas también me fascinan. Ahora se ven mucho hombres haciendo pompas gigantes en la calle, ayer las vi en la feria. Que tendrán?