viernes, 7 de noviembre de 2014

Alicia y los cocodrilos (Cuento infantil)

Ayer tomé algunas fotografías en el centro del triángulo que forman Puerto Real, Chiclana y San Fernando. Recordé entonces este cuento con el que participé en el cuadernillo El animalario de Alicia que publicó el Taller de Lecturas Libres de Chiclana. Os pongo aquí las dos cosas, las fotos y el cuento. A disfrutar del día, saludos.
 
 
 
Alicia y los cocodrilos
 
 
                     Alicia caminaba por el sendero serpenteante junto al río. Buscaba un paso fácil para cruzarlo y cada vez que asomaba a la orilla oía una voz chirriante: ¡Por ahí no, por ahí no…! Miró a su alrededor, pero los pájaros y las ardillas que se sentían interrogados con la mirada volvían la cabeza silbando con disimulo. En uno de los recodos el sendero terminó en la misma orilla y a continuación, sobresaliendo del agua, varias piedras a modo de paso. Alicia miro atrás de nuevo y se sobresaltó al descubrir a un grupo de flamencos siguiendo sigilosamente sus pasos.
 
-¿Qué hacéis aquí? ¿Por qué me seguís?


 



   Los zancudos acompañantes también disimularon con silbidos distraídos. Alicia les preguntó de nuevo y el primero de ellos, el de las gafas, tosió expulsando varias carrasperas aladas por el pico, enderezó su cuello con buen porte y contestó:

 

- Ejem… estamos buscando un paso, señorita. Es hora ya de reunirnos con nuestra familia al otro lado. ¿O acaso no sabe que es en marzo cuando abundan los pastos en la otra orilla?

 






    

- No, no lo sabía… tampoco sabía que os alimentabais de hierba. En fin, yo también quisiera cruzar el río. ¿Os parece bien este pa…? – y antes de finalizar la palabra paso tuvo que taparse los oídos con el estruendoso sí, sí, sí, sí, sí de los flamencos.

 

                     Alicia se levantó un poco la falda cerrando los pulgares y los índices en forma de O, enderezó el pie izquierdo y tocó con la punta la primera piedra. De repente se vio con las piernas abiertas y sentada entre flamencos aturdidos y plumas desparramadas. La piedra se había levantado dándole un susto enorme. Era un cocodrilo que ahora la miraba de pie con los brazos en jarra y con las patas traseras dentro del agua.







 

- ¡Pero niña! ¿Cómo se te ocurre pisarme? Pudo haber sido peligroso, imagina que en vez de pisarme a mí hubieras pisado a una piedra… Hay que mirar por donde se pisa.

 

- Pero señor, yo sólo quisiera cruzar al otro lado. Lo siento, no pretendía pisarle.

 

- Bueno, bueno… está bien. Entonces pasa, pero mira con cuidado dónde pisas. Ah, y los flamencos que pasen por otro lado, todo el mundo sabe que ellos no cruzan los ríos caminando, lo que les gusta es bucear.

 







                     Los pobres acompañantes de Alicia recogieron del suelo sus plumas sin dejar de mirar al cocodrilo y caminaron de espaldas, cada uno con su montoncito rosa entre las alas cruzadas a la altura del pecho.

 

- Adiós niña, y cuidado con las piedras – dijo el de las gafas- Sí, sí, sí, sí… adiós - dijeron los demás.

 

                     Alicia metió los pies en el agua y continuó hasta las siguientes piedras. Nada más pisar la primera se levantó otro cocodrilo igual de airado que el primero.

 

- ¡Pero dónde vas! –dijo el segundo cocodrilo -  ¿Siempre vas pisando a la gente por ahí? Ten cuidadito, puede ser muy peligroso. Imagina que hubieras pisado a una piedra.

 





                     Alicia se sintió desconcertada de nuevo – Pero señores, lo único que quiero es cruzar el río ¿Podrían ayudarme ustedes?- les dijo mientras exprimía los bajos de su falda.

 

- Está bien. Te ayudaremos, pero con una condición, te llevaremos sobre nuestro lomo si al tiempo que navegas nos vas deleitando con una canción que hable de cocodrilos.

 

- ¡Pero si yo no sé canciones de cocodrilos! ¡No puedo hacer eso!






                     Los dos reptiles que seguían con los brazos en jarra se miraron uno al otro. Ahora eran ellos los extrañados - ¿Y quién ha dicho que haya que saber canciones para cantar? – dijo uno – eso digo yo – dijo el otro. Los dos se tumbaron juntos sobre el agua y la invitaron a que se sentara encima. Estuvieron unos segundos quietos. Alicia miraba los ojos saltones sin darse cuenta de que la señal de partida serían las primeras notas de su supuesta canción. Al fin se decidió y comenzó a cantar con voz dulce…

 

Dos cocodrilos jugaban en el río

Saltaban y nadaban

Y apostaban a ver quién tenía más dientes

Yo tengo trescientos, decía uno de ellos

Y yo cuatrocientos, decía el otro

Y yo quinientos, decía el uno

Y yo seiscientos, decía el otro…

 

                     Entonces se detuvo la comitiva flotante. Los dos cocodrilos se miraron uno al otro extrañados y luego interrogaron a Alicia







- ¿Qué es eso de trescientos, qué significa eso?

 

- Eso digo yo – dijo el otro - ¿Cómo puedo saber si tengo más dientes que él?

 

- Pues contándolos- respondió Alicia.

 

- Yo no sé contar - dijo uno de los cocodrilos - ¿y tú? – preguntó al otro levantando la cabeza.

 

- A mí no me mires, yo no sé lo que es eso.

 

- Pero no os preocupéis por eso, sigamos hasta la otra orilla y allí os lo explico – Intentó enmendar Alicia el parón en medio del río. Pero ya era tarde, los dos cocodrilos comenzaron a discutir sobre quién tenía más dientes ante la desesperación de Alicia, que cruzaba los brazos esperando a reanudar la navegación.

 

- Yo tengo muscientos.

 

- Pues yo alicientos.  

 

- Pues yo piscientos, ea.

 

- Y yo brecientos, toma.

 





            
 
 
                     Alicia miró su reloj y éste le tocó las palmas en un gesto de apremiarla a hacer algo para salir de allí. Se atusó la falda mientras seguía oyendo muscientos y pascientos y por fin se decidió. Comenzó a cantar de nuevo y se enganchó con fuerza al palito de una de las notas musicales, el que termina en la bolita negra. Cantó y cantó con más fuerza…
 
Dos cocodrilos jugaban en el río
Nadaban y jugaban
Y no sabían contar…
 
                     … y las notas se elevaron llevándose a Alicia con suavidad. Pasó por encima de la otra orilla y sobre varios flamencos que secaban sus plumas y que al verla pasar se daban codazos de asombro unos a otros. Cuando Alicia aterrizó sobre el sendero de la otra orilla, aún podía oír a lo lejos las voces de los cocodrilos…
 
- Pues yo trugientos…
 
- Y yo brevientos...
 
- Y yo pimientos…

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